Caracas, Venezuela.- Edgar Contreras recuerda como si fuera ayer el 20 de agosto de 2008. Toda su familia se reunió en casa de su abuela paterna en Cabudare, para seguir por televisión los combates de su tía Dalia Contreras en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Pasaron la noche en vela, dándose ánimos para mantenerse despiertos hasta la madrugada, cuando la pequeña peleadora hizo historia, al ganar el bronce de los 49 kgs, el cuarto que el taekwondo venezolano sumaba en su exitoso tránsito olímpico.
Ese día, Edgar, de 15 años, supo cuál sería su destino, mientras celebraba en la avenida junto con el resto de la familia y veía como la urbanización iba llenándose de periodistas que querían conocer de dónde había salido la nueva medallista olímpica criolla.
“Esa medalla fue una alegría indescriptible”, recuerda Edgar, que ahora está clasificado, igual que su célebre tía lo hizo en dos oportunidades, a la magna cita del deporte mundial. “Siempre me propuse emular a mi tía, o llegar más lejos que ella”.
De los cinco hijos de su abuela Contreras, el padre de Edgar es, curiosamente, el único que nunca practicó taekwondo. Los otros (un varón y tres hembras) no sólo crecieron en este deporte, sino que perpetuaron la tradición. Los tres hermanos de Edgar y seis primos en total también son taekwondistas. “Supongo que como en las familias de músicos se habla de música, en la mía se habla de taekwondo, es el tema obligado de todas las reuniones”.
Fue su tío el primero que lo llevó al gimnasio, pero fue Dalia quien le dio la gran oportunidad. “Yo esperé a graduarme de bachiller al año siguiente de los Juegos Olímpicos, cuando mi tía ya estaba retirada, y le pedí que me ayudara a entrar al Centro Nacional en Puerto La Cruz”.
Dalia le dio el empujón y Edgar se ganó solo el puesto en la selección nacional. “Ella siempre ha estado pendiente de mí, me da tips, consejos. Lo más importante que me dice es que disfrute mi combate y haga el trabajo que sé hacer”.
La misma frialdad que mostró su tía sobre los tatamis la exhibe Edgar, un atleta a prueba de nervios. Y también la misma gran desventaja: la estatura. A pesar de que mide 1,81 mts, siempre se ve en la situación en la que Dalia se hizo famosa: combatiendo contra rivales que le ganan por una cabeza. “También sobre eso me aconseja ella”, ríe.
Lento comienzo
Los resultados para Edgar Contreras no llegaron rápido. En este ciclo olímpico se ganó un puesto estable en la selección adulta, pero no subió al podio ni una sola vez en las escalas de cara a Río 2016. Eso nunca lo desanimó: “Siempre me decía ‘Dios es justo, si los resultados no me llegan ahora es porque Él tiene algo mejor reservado para mí’. Y fíjate: se dio justamente el que más me interesaba. ¿De qué me valía una medalla en Bolivarianos o Centroamericanos si después no iba a llegar a los Olímpicos?”.
Ser el novato de la selección le permitió iniciarse con una etapa negra, la de las 23 válidas clasificatorias perdidas por falta de apoyo oficial al inicio de la ruta de su deporte, pero también con la más luminosa: la preparación más completa que un equipo de este deporte ha realizado, tres meses fuera de casa compitiendo en Europa y entrenando en Corea del Sur.
“Yo soy un competidor que apuesta por la constancia y el sacrificio. Tomo muy a pecho mi preparación. Por eso agradezco esta oportunidad tan importante”. La puesta a punto lo encontró en París el 13 de noviembre de 2015, a escasas cuadras del teatro Bataclan, donde terroristas del Estado Islámico asesinaron a sangre fría a más de 100 personas en el peor atentando terrorista que ha sufrido Europa occidental.
Pero a diferencia de sus compañeros de la selección, que pasaron la noche en vela viendo pasar patrullas y ambulancias, y chateando con amigos y familiares para confirmar que estaban bien, o con federativos para programar la salida de Francia lo más pronto posible, Edgar se enteró al día siguiente. “Cuando yo caigo dormido no me levanta nadie, literalmente ni una bomba. Todo el mundo estuvo pendiente menos yo”, recuerda.
El gran momento
Edgar Contreras no sintió nerviosismo el 11 de marzo cuando se aproximaba al gimnasio de Aguascalientes para disputar su cupo olímpico. No le pesaba que la suya era la última opción que se jugaba el taekwondo venezolano, luego de que todos sus compañeros hubieran resultado eliminados en el Preolímpico Panamericano.
“Cuando iba hacia la competencia me decía que era mi momento de brillar, que no podía dejar pasar ese autobús. Pero no tenía presión. Sí estaba triste por mis compañeros, pero sólo pensaba en todo el sacrificio que había hecho, en que ese esfuerzo no se podía perder”.
Cuando concluyó la fase preliminar y quedó a las puertas del duelo contra el canadiense Maxime Potvin por el pase a Río, Edgar regresó al hotel para estudiar al contrincante.
“Los entrenadores (Kim Seon Hoon y Luis Noguera) me mostraron dos horas de videos de Potvin. Fue tanto lo que me concentré en ese competidor, que al momento del combate había memorizado cada mínimo movimiento suyo, y me salió la acción de bloqueo y respuesta que había planeado para enfrentarlo”.
“Cuando gané no lo podía creer. Pensaba ‘soy yo, el que menos pensaban’. Y entonces sí empecé a pensar que un deporte que ha dado tanta gloria no podía quedarse fuera, y que en el fondo sí sentía esa responsabilidad”.
En la medianoche de Cabudare, casi ocho años después, la familia Contreras se mantenía comunicada, por internet y teléfonos celulares esta vez, para festejar el primer gran logro de un sobrino que sabe aprovechar sus oportunidades.
“Sin esfuerzo no hay medalla. Ahora siento el compromiso de no perder nada, de aprovechar el 110% todas las oportunidades que he tenido”, proclama desde Corea, donde ha regresado para alistarse a su duelo en Río.
Por: Eumar Esaá